viernes, 18 de noviembre de 2011

Sí, mi Teniente (III parte)

Autor: troymadrid
Madrid, España


Me senté en el suelo, con las piernas cruzadas, y me dediqué a observarle tomar su café, y fumar con la pose de malote, sosteniendo el cigarro entre el pulgar y el índice, cubriéndolo en el interior de la mano. Él estaba sentado en su silla, con el respaldo aún reclinado tras nuestra sesión, y con las botas sobre la mesa.

Tenía su mirada perdida, y la sonrisa maliciosa en los labios. Estaba maquinando algo. Yo aprovechaba el momento, mientras también me fumaba un cigarro, para admirar su físico. Su pelo, a pesar del corte militar, de un color negro casi azulado, contrastaba con sus ojos azules. Sus labios, carnosos y suculentos. Sus hombros, ascendiendo en triángulo hacia su cuello. Sus brazos bien currados, fuertes, ceñidos por las mangas cortas de su camiseta. El resto no lo podía ver ahora, pero podría dibujarlo de memoria, en todos sus detalles, incluyendo el pequeño lunar a diez centímetros sobre su ombligo. Ese ombligo del que nacía un pequeño reguero de pelillos, que se perdía en su camino hasta la gloria. Sólo con verle me provocaba una erección, pero hoy más incluso, pues después de la sesión, no me había permitido correrme.


Tú tienes acceso al SIZH, ¿verdad?, me preguntó, sacándome de mis pensamientos.


¿Qué sabes tú del SIZH?, preguntó el teniente que, a pesar de todo, llevo dentro.


Antes de que me metieran en el ejército, estuve unos meses trabajando en TECOMSA, la empresa que los diseñó. Por aquel entonces, conocí a uno de los ingenieros encargados del proyecto. - el verbo conocí sonó con un retintín malévolo - . Y le convencí para que me dejara probarlo. Ya sabes que soy muy convincente. Al decir esto, por primera vez bajó la vista y me miró, guiñándome un ojo.

SIZH significaba simplemente Sistema de Intercomunicación para Zonas Hostiles. Y, a pesar de tener el nombre de un artilugio del viejo James Bond - o del moderno agente Isaac Trend, que diría mi joven soldado - , consistía simplemente en un aparato emisor y receptor de tamaño mínimo (se llevaba adherido dentro de la oreja) y que garantizaba que nadie interceptaría las comunicaciones con la base. Sin embargo, el apasionado por la tecnología que se sentaba frente a mí, decidió darme una clase magistral sobre componentes, materiales y sistemas, de lo cual yo no entendía una sola palabra. Le sonreí mientras lo hacía, asintiendo con la cabeza, hasta que se dio cuenta de lo que pasaba, y con una suave patada en mi pecho, me tumbó en el suelo, riendo y calificándome de abuelo ignorante.

En seguida volvió a componer un gesto serio, como de concentración, mientras me miraba. Quiero que esta noche consigas uno, y me dejes la base aquí. Sólo será durante unas horas. Cuando te releven, nadie se habrá enterado.


Están en la cámara acorazada, me puedo meter en un lío, protesté.



Sólo será un rato, y nos divertiremos, me dijo con mirada de niño bueno.


No creo que sea una buena idea, dije, subiendo el tono de voz, provocándole de forma totalmente consciente y temeraria.

Su reacción no tardó en llegar. De un salto casi acrobático se levantó de la silla como con un resorte, se plantó frente a mí, me tumbó en el suelo boca abajo y me inmovilizó, colocando sus rodillas sobre mis hombros. Yo no opuse resistencia, aunque de haberlo hecho, habría llevado las de perder. Aquello me gustaba. Una vez sobre mí, acercó su boca a mi oído, hasta rozármelo con sus labios, y me dijo: A VER SI TE ENTERAS, MARICÓN. VAS A TRAERLO EN MENOS DE DIEZ MINUTOS, Y PORQUE TE LO ORDENO YO. ¿TE QUEDA CLARO? La pregunta vino acompañada por un pescozón en la nuca. Sí, Señor, contesté, en un susurro.


Pues mueve el culo. Tienes diez minutos.



Yo, como oficial al mando del acuartelamiento, durante el turno de noche, tenía pleno acceso a la cámara acorazada. Era una antigua cámara de seguridad de un banco que debió haber en aquel polígono que nos servía de cuartel provisional. Tras saludar al adormilado cabo de guardia, entré y tomé la pequeña caja con los SIZH. Me la metí en el bolsillo, y salí, comentando al pasar junto al cabo: todo en orden, buen servicio.

Corrí hasta el Punto Alfa. Por el camino, una vocecita me decía que estaba loco, que me dejaba arrastrar por un niñato que podría acabar con mi carrera militar con sus caprichos. La erección que surgía entre mis piernas indefectiblemente cada vez que me acercaba al centro de comunicaciones, hizo que no le prestara atención a la dichosa vocecita.

Él me esperaba sentado a la mesa, trasteando con una cámara web. Al lado puse la caja del SIZH. Me recompensó con una sonrisa, y unas palmaditas en la nuca.


Bueno, parece que tenemos todo, me dijo. Verás, se dispuso a explicarme, los juegos del ordenata me parecen un coñazo, y me apetece montarme uno por mi cuenta, y más verídico. Vas a pillar esta webcam con micrófono incorporado, y la vas a poner en tu despacho, encima del armario que tienes detrás de tu mesa. Abrí la boca para protestar, pero su mirada me hizo cerrarla. Luego, te vas a colocar el SIZH, y vas a bajar a la cocina. Allí buscas al cocinero al que espantaste al venir, se llama Miguel, y te las apañas para llevártelo a tu despacho. Y allí empezará la partida. Tú simplemente has de hacer lo de siempre: obedecerme. Te daré las órdenes a distancia, y podré ver y oír todo lo que suceda. No me falles, otra vez.


Abrí la caja del SIZH y me lo coloqué. Lo conecté con la base, y se la di. Hicimos las comprobaciones oportunas, me metí la webcam en el bolsillo, y me puse en pie para irme. ¿No te irás sin darme un beso?, me preguntó con voz suave. Me volví sorprendido por la pregunta y el tono, y me quedé plantado sin saber qué hacer. Su carcajada estalló rompiendo el silencio. ¡Bésame los pies, maricón, no te hagas ilusiones! Me puse de rodillas, y comprobé que estaba descalzo. Besé sus pies devotamente, aspirando su aroma. ¡Vete ya, vicioso!, me dijo mientras me daba una suave patada en la cara.

Puse la webcam donde me dijo, y bajé a las cocinas. Tuve suerte. Nada más entrar me tropecé con el cocinero que buscaba. Perdone, mi teniente, no le vi, susurró, avergonzado. Pues contigo quería hablar, le contesté. Por el camino ya se me había ocurrido la excusa para llevármelo a mi despacho: iba a sancionarle por entrar en el Punto Alfa sin autorización. Se lo expliqué, y su rostro se lleno de miedo. Pero me siguió. Por el receptor en el oído escuché una risa. (Muy listo, mi teniente.)

En mi despacho, me senté a la mesa y mantuve al cocinero de pie, en frente. De forma muy marcial le expliqué su falta, y el castigo: la apertura de un expediente. En tiempos de guerra, la segunda sanción era el fusilamiento. Lo que no le expliqué es que desde hace un año, en la práctica no se cumplía. Quedaba poca guerra ya. O eso se esperaba. Pero el chico se acojonó. Suplicaba. Y me sorprendió comprobar que me gustaba la sensación. Pero yo esperé hasta que dijo lo que deseaba oír: haré lo que sea, pero no me sancione. Ya era mío. (Dile que te la chupe de rodillas, crepitó el altavoz en mi oído).

¿Harías cualquier cosa? Le pregunté.

Sí, mi teniente.


Ponte de rodillas entre mis piernas, y me chupas la polla, dije lo más enérgicamente posible. Yo ya la tenía durísima sólo de saber que la webcam me enfocaba directamente. El cocinero obedeció, y pude comprobar que no era la primera polla que se comía. Bueno, ni la segunda.

Mi oído casi revienta por el grito, y casi le saco la polla por la nuca al cocinero del bote que pegué. (¡SERÁ CABRÓN! ¡ME DIJO QUE SERÍA MI FIEL ESCLAVO, Y TE LA ESTÁ CHUPANDO!).

Desde ese momento sus órdenes fueron más escuetas, y secas. Me hizo desnudar al chaval, y yo debía quedarme sólo con mis pantalones de campaña. Ponerle de rodillas en medio del despacho, abrir su boca y escupirle dentro. Mi polla iba a reventar. No sabía que me excitaba más, si tener a un chaval entregado a mis órdenes sin límite, o saberme un juguete controlado a distancia, en manos de mi soldadito.

Siempre cumpliendo órdenes, tras un par de bofetadas bien sonoras, le clavé la polla hasta el fondo. Mis 17 centímetros entraron sin dificultad. Envidié al chaval por su ausencia de arcadas. Sujetándole bien fuerte por el pelo, y concentrado sólo en no correrme, me follé aquella garganta. Cada movimiento de ambos era controlado desde el Punto Alfa.

Tumbado sobre el suelo boca arriba, le pisé la cara, le metí mis pies en la boca, me senté en su cara mientras le pellizcaba los pezones. Le di la vuelta. Me senté en su espalda y me lamió los pies, mientras le dejaba el culo rojo a cachetes.

Luego le obligué a ponerse a cuatro patas. Empecé a azotarle. (Veinte, y que los cuente en voz alta). Cuando llevaba quince, tuve que decirle que no se le oía, y que empezara de nuevo. La voz llorosa del chaval me excitó de una manera novedosa. Me estaba empezando a gustar aquello. Y por la erección del chaval, tampoco le disgustaba. Cuando aquel culo ardía y era de color rojo intenso, se la metí entera de golpe. La mantuve dentro, a pesar del llanto, ya sin disimulo del crío, hasta que recibí la orden de sacarla. Luego mantuve el ritmo que me indicaba, hasta que me permitió, por fin, correrme sobre el culo del muchacho. Pero yo no podía permitir que él se corriera, y se lo dije. Y tampoco podía limpiarse mi semen. Debía vestirse tal cual. Y si alguien le veía, que se las apañara.

(Dile que venga al Punto Alfa a recoger un mensaje para ti. Me habéis calentado, y teniéndoos a los dos, no pienso pajearme. Devuelve el SIZH ahora. Y no toques la webcam. Tú también me perteneces, mi teniente). Y cortó la comunicación.

troymadrid


¿También tienes una historia que contar? Envía tu relato con tu nombre o apodo y la ciudad de donde escribes a academiamilitargay@hotmail.com

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...

¿Dónde te gusta acabar / que te acaben?

¿Qué tipo de vello facial te da más morbo?