martes, 18 de junio de 2013

Mi primo Militar

Autor: Pablo
Asunción, Paraguay


Mi primo Carlos, cuando cumplió 17 años, vino a vivir a la capital de Paraguay, Asunción, desde su pueblo en el interior, un pueblito de Paraguarí, para cumplir con el servicio militar obligatorio.

Yo en ese entonces tenía 16 años y era flaquito, moreno y de pelo negro. Vivía con mi mamá (madre soltera) y varías tías, no conocí nunca a mi padre. Cuando me contaron que mi primo iba a vivir con nosotros yo estaba feliz porque en mi casa no había hombres, vivía rodeado de mujeres.

Mi primo llegó vestido de soldado, con el pelo cortado como militar, es decir rapado casi totalmente, menos adelante. Era alto, de piel morena, grandes brazos debido a que se dedicaba al trabajo de campo. Yo lo miraba con admiración mientras él, rodeado de todos en la sala, conversaba con la familia; luego se despidió porque debía reportarse en su cuartel. Mamá dijo que solo vendría los fines de semana y que debería compartir mi habitación y hasta mi cama con él porque no había más espacio en casa. Yo me alegré sin imaginarme que eso me cambiaría por completo.

El primer sábado que tuvo libre llegó a casa a las tres de la tarde vestido de soldado comando; yo estaba solo. Como era verano, vestía un short pequeño color celeste de educación física de la escuela, sin ropa interior, zapatillas y una remera blanca.

Al abrir la puerta lo recibí con un cariñoso abrazo que él correspondió acariciándome la cabeza. Lo conduje al dormitorio donde le dije que compartiríamos la cama; él dijo: -Está bien.

Me senté en una silla, él en la cama y conversamos. Me contó del Ejército y yo estaba embelezado, luego prendí la TV y nos pusimos a ver. De pronto se levantó y dijo: -¡Que calor!... Se quitó el uniforme y quedó en calzoncillo y con remera sin mangas, ambos verde claro. Ahí mismo me percaté cómo sobresalía un bulto enorme bajo la tela, se le demarcaba claramente un gran pene y los huevos. Yo le miraba y le miraba... Pues me llamaba mucho la atención.

Se sentó abriendo sus piernas y recostándose hacia atrás para seguir viendo la TV, pero a cada momento yo volvía mi cabeza para mirar ese bulto que notaba que estaba creciendo.

No tardó en darse cuenta de mi curiosidad y se acomodó el paquete con la mano sonriéndome raro, yo me avergoncé y desvié la mirada. Pero como un ián volví a mirar cómo la pija ya levantaba la tela de su truza notoriamente... Entonces me dijo:

-¿Te gusta mirar mi pija Pablito?

Yo enrojecí. No le contesté pero seguí mirando asombrado la enorme tienda de campaña que se levantaba entre sus piernas.

Carlos se quitó la remera y mostró un pecho moreno y lampiño con músculos pectorales firmes, con un abdomen plano y marcado. Igual eran los músculos de sus largas piernas morenas que estaban abiertas delante de mí.

Se agarró la pija y dijo:

-Esto es para hacer feliz a cualquier mujer...

De pronto en la TV pasaron imágenes de mujeres en la playa y eso lo excitó mucho.

-¡Ah... Que ricas tetas! ¡Wow que rico culo!- Decía.

La verdad que a mí no me atraían para nada las imágenes, más me atraía verlo a él.

De pronto metió su mano dentro de la truza y comenzó a acariciarse por dentro, hasta que bajó el elástico y saltó su miembro afuera blandiendo el aire. Era una enorme barra de carne parada oscilando que me hizo exclamar, pues nunca había visto el miembro viril de otro hombre.

-¡Que grande la tenés!- Exclamé... Él comenzó a mirarme sonriendo maliciosamente y luego miraba su pija alternando la mirada, como invitándome provocativamente a degustar algo que yo nunca había probado.

Comenzó a pajearse más, pues era claro que le excitaba hacerlo delante de mí. Su mirada era maliciosa y sonreía pajeándose como si fuera la cosa más natural del mundo. La TV seguía su programación que yo no veía, sino el espectáculo en vivo de mi primo.

Me asombraba la cabezota oscura de su glande, su grosor y tamaño, con una ligera curvatura... Él me miraba con deseo. Se levantó y se quitó totalmente el calzoncillo y volvió a sentarse. Quedé pasmado, ¡mi primo estaba totalmente desnudo!... Sentí un cosquilleo en todo mi cuerpo, ya no se agarraba el miembro, sino que éste se movía solo, como si tuviese vida propia.

Yo estaba en la silla con mis rodillas juntas, entonces me preguntó si quería jugar con su pija -Es un nuevo juego que te va a gustar, Pablito- dijo. Quería que le ayudara a pajearse diciéndome que eso era bien rico y que me iba a enseñar. También me dijo que si quería ser soldado tenía que aprender muchas cosas que eran solo cosas de hombres.

Recostado en la cama como estaba, me ordenó:

-¡Venga soldado! ¡Va a cumplir mis órdenes!

Yo me levanté y me acerqué hasta estar entre sus piernas abiertas, parado muy firme esperando sus órdenes.

-¡Saluda a la bandera!- Y se puso la mano en la sien, como saludo militar, yo le imité. Así que estaba muy firme saludando el mástil sin bandera de mi primo, el soldado conscripto.

-Ahora soldado, ¡posición de descanso!- Ordenó. Yo abrí mis piernas poniendo las manos atrás muy quieto.

Se acercó, agarró mi pierna a la altura del muslo, subió hasta entrar bajo mi short y apretó mi pija, lo que me hizo suspirar... Recorrió mi entrepierna y después mi culito. Ese manoseo comenzó a excitarme.

-¿Ves? -Me decía- Es rico pajearse.

Siguió su manoseo un buen rato y luego dijo: -Ahora te toca a ti.

Tomó mi mano y me hizo pasarla por todo su pecho, bajando por su abdomen hasta llegar a su pene. Al tocarlo me estremecí. Lo sentí caliente, suave pero muy firme; me enseñó el movimiento que quería, retiró su mano y me dejó hacerlo solo. Me esmeré en darle gusto, aprendí rápido a frotarle, acto que repetiría muchas veces en el futuro. Pero esa lejana tarde me entregué completamente a ese jueguito, mi mano se movía de arriba a abajo, luego lo hice con las dos manos pues era enorme, sentía en ellas todo el vigor de su juventud.

Me hizo arrodillar y dijo que iba muy bien, que era obediente y que el juego continuaba de otra manera. Ahora la orden era que debía chupársela. Lo miré y obedecí al momento, abrí mi boca y me metí su miembro. Solo el glande me llenaba, tuve arcadas pero luego me fui acostumbrando.

Entonces se puso de pie y en esa posición seguimos la felación bastante rato. Ya acostumbrándome fue más fácil meterlo hasta la profundidad de mi garganta, como un tragasable, pero solo un rato porque me cortaba el aire.

En ese momento ocurrió que me agarró la cabeza con ambas manos y comenzó a follarme rápido y me llenó con algo que salía de su pija. Pensé que me orinaba, quise salirme pero no me dejó. Tragué varias veces y cuando me la sacó, lo que me chorreaba lo recibí en mis manos y observé con curiosidad; él me dijo: -Es la leche de macho que como primo mayor te regalo.

Se fue al baño un buen rato mientras yo sentado en el suelo miraba, olía y probaba ese líquido blanquecino. Carlos regresó y se sentó en la cama, me atrajo hacia él y me abrazó diciendo: -Que rico eres Pablito, conmigo vas a ser muy feliz. -Y con sus labios buscó afanosamente los míos para darme el beso más fuerte y apasionado de mi vida mientras me abrazaba con sus fuertes brazos. Sus manos bajaron mi short hasta las rodillas y apretó mis desnudas nalgas con fuerza, luego las abría y cerraba; todo ello sirvió para que yo me excitara rápidamente y mi miembro comenzara a elevarse.

Movió sus manos hacia mi culo y con los dedos buscó mi hoyito hasta que lo halló y con un dedo fue penetrándome con firmeza. Al hacerlo, yo aspiré aire sorprendido, nadie me había tocado ahí, con mi cuerpo pegado al suyo sentía todo el calor de macho que emanaba.

Todo este cúmulo de sensaciones me tenía totalmente transformado, no me dejaba pensar, no me daba cuenta que me estaba convirtiendo en el marica que le daría gusto todos los sábados durante cuatro años. Me iniciaba como el maricón que él necesitaba para vaciar toda su producción de esperma, que por el tamaño de sus bolas siempre fue abundante.

Pero esa primera vez todavía yo no sabía todo eso y solo me dejaba llevar. Me quitó la ropa, quedando esparcida en el suelo. Así encuerado nos revolcamos en la cama, besándonos, abrazándonos... No dejó un solo espacio de mi cuerpo sin acariciar mientras su lengua se movía dentro de mi boca.

Más adelante me puso en cuatro al filo de la cama, con su pene a las puertas de mi ano, yo estaba ya dispuesto a realizar un sacrificio que la Patria me debería por la eternidad.

Cerré mis ojos cuando comencé a sentir que la punta de su glande se trataba de abrir paso entre mis nalgas para llegar a las profundidades de mi culo.

Mi ano cerrado y virgen ponía resistencia, entonces comenzó a manosearme, mordía mi oreja, chupeteaba y lamía mi cuello hasta que me relajé un poco y en ese momento algo cedió en mi interior y pudo penetrar la cabeza, ahí la dejó porque le gustaba:

-Que rico me aprieta tu culito -Me decía. Pero luego empujó y entró la mitad, haciéndome gritar pues me dolía. Le dije sollozando:

-¡Ya no... Ya no quiero jugar, Carlos! ¡Me duele mucho!

Pero eso lo excitó más. Yo gemía y él añadió: -Aguanta, te va a gustar...

Me acarició más, me apretó la pija que se empaló rápido.

-Afloja Pablito, te va a gustar...

Yo le hice caso, me acomodé mejor, abrí un poco más las piernas y de pronto toda la verga se fue adentro. Di un grito, pues todo el dolor y placer de la sodomización cayó sobre mí, la tenía toda adentro... Sus huevos golpeaban los míos. Sentir esa verga entera en mi recto desató una mezcla de dolor y placer, que aumentaba al infinito cuando se movía rápido. No sabía que eso le podía pasar a un chico y me estaba pasando.

Carlos comenzó a moverse como loco y yo tuve que morder la almohada para no gritar. Nunca en mi vida me volvieron a dar así por el culo.

Al cabo de un rato dijo:

-¡Que rico! ¡Me vengo! ¡Voy a largar, te voy a partir el culo!... Quédate así puta... ¡Te voy a reventar el agujero maricón de mierda!... ¡Aghh..!

Sentí que su miembro palpitaba, se hinchaba y con él mi recto estaba invadido totalmente. Sus movimientos eran más enérgicos, su respiración más profunda y fuerte y de pronto se agarró la verga, se hicnchó más y su voz se transformó en un jadeo mientras toda su producción de esperma se vaciaba dentro de mí. Esa sensación me condujo hasta las nubes... Antes de sacarla me masturbó la pija con sus hábiles dedos y yo comencé a gozar también. Perdería, a partir de ese día, la inocencia que ya no tendría nunca.

Cuando mi madre y mis tías llegaron no les conté nada. Todo era alegría, solo yo estaba mudo, pues no sacaba de mi mente lo ocurrido. En la noche mi primo y yo dormimos en la misma cama y me la metió otra vez.

Con el tiempo me gustó más y más ese juego con mi primo. Fueron cuatro años que vivió en casa, porque se asimiló al Ejército; llegaba los sábados muy aguantado del cuartel y con enormes ganas de cogerme. Cada sábado mi culo recibía pija para toda la semana. Llegaba con la leche contenida sabiendo que tenía el culo de su primo a su total disposición.

Nos íbamos a dormir temprano fingiendo cansancio, ya en la cama, nunca usamos lubricante, de forma natural me lubricaba y me llenaba el culo incansablemente.

Una noche me la metió tan duro que di un grito alto y escucharon. Mamá dijo:

-¿Qué pasa?

-Nada tía, el tonto de Pablo se cayó de la cama, ja ja ja... -Decía Carlos, disimulando muy bien esas travesuras que nunca olvidaré.

Pablo


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