lunes, 2 de diciembre de 2013

El rigor Militar

Autor: Esteban
Pachuca de Soto, México


El joven Felipe Ramírez estaba iniciando su año de servicio militar. Había sido asignado a un batallón lejos de su ciudad, en una localidad a donde también había sido remitido su amigo de varios años, Jorge González. Hoy Felipe y Jorge se dirigían a la oficina del Teniente Ávila, un hombre con poco menos de 30 años, de un temperamento fuerte y temido por muchos en el ejército. Un hombre al que sus años de entrenamiento físico le habían dotado con un cuerpo firme que se sumaba a la belleza de su serio rostro.

Ramírez: Señor, presentes. Dijo Ramírez mientras él y su compañero se asomaban a la puerta de la oficina de Ávila. Ávila: Adelante. Ávila hizo entrar a los muchachos quienes estaban un poco asustados. Habían cometido una falta y sabían que enfrentarían un castigo, es por ello que habían sido citados a la oficina de Ávila en la noche, cuando el resto de sus compañeros se alistaba para dormir.
Ávila les explicó que él tenía que imponer un castigo y la costumbre era emplear una prueba física como hacer push-ups o algo así, por lo tanto, pidió a los muchachos que lo acompañaran al gimnasio del batallón. Antes de salir, Ávila tomó un sobre que tenía sobre su escritorio y lo puso en su bolsillo.

Los tres caminaron bajo la noche. Todos dormían a esa hora cumpliendo con la estricta disciplina militar, solamente estaban despiertos los centinelas en sus torres. Ninguno de los tres pronunció palabra alguna mientras caminaban. Llegaron finalmente al edificio de deportes y entraron a la gran sala donde estaban la cancha de basketball y las graderías. 

Ávila: Bueno muchachos, yo tengo que supervisarlos mientras cumplen el castigo. Ramírez, empiece a darle vueltas a la cancha trotando, González, usted espera aquí conmigo. Ramírez se puso a trotar de inmediato mientras Ávila y González lo observaban recostados contra una de las paredes del recinto. Ávila empezó a hablarle a González. Ávila: Hace algo de frío hoy, ¿no González?. González: Sí, señor. Ávila: ¿Cómo le ha ido en estos meses en el batallón?. González: Bien señor, todo ha estado bien. Ávila: ¿Le parece duro el entrenamiento físico?. González: Más o menos, señor. Pasaron unos momentos de silencio mientras los dos hombres observaban a Ramírez trotar. 

Ávila: ¿Hace cuánto conoce a Ramírez?. González: Hace unos 4 años, señor. Ávila: ¿Y qué tan bien lo conoce?. González: Pues bien, señor, somos amigos. Ávila: Se ve que él hace mucho deporte, ¿no?. González: Sí, siempre ha sido futbolista. Ávila: Y debe tener el cuerpo muy marcado. González: Pues creo que sí, el entreno lo mantiene en forma. Ávila: ¿Cree que sí? ¿Acaso no lo ha visto sin ropa?. González: No, señor. Ávila: ¿Y en las duchas? ¿O es que ya no se duchan desnudos?. González: Sí, señor, pero no me fijo, señor. Ávila: Entonces salgamos de la duda, ¿no le parece?... ¡Ramírez! Gritó Ávila. Ávila: Ramírez, acérquese un momento. Ramírez se acercó trotando y jadeando a donde estaban los dos hombres, estaba un poco sudado. Ramírez: A sus órdenes, señor. Ávila: Ramírez, su compañero y yo queremos saber qué tan marcado tiene el cuerpo, ¿cree que podría trotar sin tanta ropa encima?. Ramírez: No lo entiendo, señor. Ávila: No hay nada que entender Ramírez, queremos ver sus músculos simplemente. Ramírez: Me puedo quitar la camisa, señor. Ávila: No, Usted no... González, desvista a Ramírez. González se quedó quieto, no entendió, le causó sorpresa lo que dijo Ávila. Ávila: ¿No me oyó González? Desvista a Ramírez. González se acercó a su compañero con algo de timidez. González: ya oíste al Teniente Ávila, Felipe. Ramírez: Sí. Ramírez levantó sus brazos y González le quitó la camiseta blanca dejando al descubierto el pecho marcado del joven soldado en el que rebotó su dije metálico de identidad, propio del ejército. Sus abdominales aún se movían copiosamente por su respiración agitada y mostraban un poco de sudor. Su espalda estaba marcada, dividida en dos a la perfección y sus brazos se veían fuertes y bien trabajados. Finalmente, su cintura estrecha hacía que el torso de Ramírez fuera una "V" perfecta.
Ávila observaba a los dos muchachos. Apenas González retiró la camiseta, Ramírez reanudó su trote. Ávila: Un momento Ramírez, yo ordené que lo desvistieran y veo que todavía tiene el pantalón y los zapatos. A ver González, termine la tarea. González caminó nuevamente hacia su amigo y se arrodilló frente a éste para desanudar los cordones de las botas, no entendía lo que pretendía Ávila pero sabía que los castigos en el ejército podrían ser extraños. Ramírez, por su parte, miró con extrañeza a Ávila pero acató las órdenes. 

Cuando González hubo retirado las botas de Ramírez, siguió con las medias y se puso de pie frente a su amigo. Lo pensó un momento y puso sus manos sobre la riata de Ramírez, sintió la piel tibia de su abdomen y su respiración agitada. Desabrochó la riata y desabotonó los pantalones, finalmente bajó el cierre y bajó los pantalones de su amigo. Quedaron entonces descubiertas las firmes y tonificadas piernas del soldado. Estaban recubiertas por una leve capa de bellos dorados que se hacía solo un poco más densa alrededor de su bulto para esconderse bajo sus pantaloncillos. Ávila lo miró desde abajo, llevando la mirada por sus musculosos pero delgados muslos hasta encontrarse con sus pantaloncillos ajustados. No eran boxers, tampoco pantaloncillos pequeños, eran bastante clásicos y a la vez sexys, de hecho, en Ramírez cualquier tipo de pantaloncillos se vería sexy. La línea de su plano abdomen bajo era interrumpida por su interesante bulto y, su espalda, terminando en su estrecha cintura, daba paso a un culo firme, ni grande ni pequeño, apenas el tamaño perfecto otorgado por años de ejercicio.

Ambos jóvenes llevaron sus ojos a Ávila como preguntando con sus miradas si el soldado tendría que desnudarse totalmente. Ávila: Siga trotando Ramírez, la noche está fría. Ramírez reanudó su trote alrededor de la cancha de basketball. González recogió la ropa de su compañero y la puso a su lado sobre el piso. 

Ávila: Su amigo tiene un buen cuerpo, no me diga que ahora no se fijó. González: Sí señor, ahora sí lo pude ver. Ávila: Mírelo trotar González, mírelo mientras se aleja, mire como ningún músculo de su cuerpo se mueve de su sitio a pesar del movimiento de sus piernas. ¿Lo ve González?. González: Sí señor, lo estoy viendo. Ávila: Mire como se marcan sus pantorrillas y todas sus piernas, y mire como su culo se mantiene firme, casi inmóvil. ¿Lo está viendo González?, es como si fuera de piedra. González: Sí señor, estoy viendo – respondió González cada vez más confundido- Ávila: No me diga que no se había fijado en eso antes, González. González: No señor, en realidad no me había fijado. Ávila emitió una leve risa y pasaron unos minutos de silencio, Ramírez seguía trotando en sus blancos pantaloncillos que empezaban a ser mojados por el sudor que bajaba por su abdomen y su espalda. Ávila: ¿Y pensó que le iba a pedir que le quitara los pantaloncillos a Ramírez? González: Señor, como su orden fue desvestirlo, por eso lo pensé. Ávila: No se afane González, la noche es joven.
Continuará...
Esteban


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