martes, 12 de agosto de 2014

El rigor Militar (III parte)

Autor: Esteban
Pachuca de Soto, México


El depósito de materiales era una gran bodega atravesada por estantes donde se encontraban en perfecto orden todos los implementos para las prácticas deportivas. En una esquina había una mesa con dos asientos que utilizaba el encargado del depósito para sus labores diarias. Ávila indicó a los muchachos que siguieran hasta aquella esquina.

Ávila: Siéntense señores. Ávila permaneció de pie frente a ellos. Ávila: ¿Alguno de ustedes sabe por qué están cumpliendo este castigo? Ramírez: Yo lo sé, señor – dijo Ramírez en un acto de valor. Ávila: Lo escucho. Ramírez: Hoy estuvieron revisando nuestros armarios en los dormitorios y... En los nuestros encontraron material prohibido. Ávila: Continúe Ramírez, recuérdeme qué tipo de material era ese. Ramírez: Material pornográfico señor. Ávila: ¿Quiere ser más explícito? Ramírez: Revistas con mujeres desnudas, señor. Ávila: ¿Solo desnudas...? Ramírez: Sí... Solo desnudas – respondió Ramírez en un tono poco convincente.

Ávila tomó el sobre que tenía en su bolsillo y de su interior sacó una de las revistas decomisadas a los muchachos. Buscó una página que previamente había visto y lanzó la revista abierta sobre el escritorio. La página que Ávila buscó contenía una foto con dos mujeres teniendo relaciones sexuales. Ávila: ¿Usted qué opina González, esto es solo nudismo? González: No, no señor... Sé que cometimos un error, señor y por eso ofrecemos disculpas. Ávila: Esto no se trata de disculpas, González. Esto es el ejército. Hay faltas y se corrigen con castigos. González: Sí señor. Ávila: ¿Y alguno de ustedes puede explicarme qué los impulsó a traer ese material prohibido que evidentemente los distrae de sus actividades?... Los muchachos permanecieron en silencio. 
Ávila: A ver, Ramírez, ¿por qué no me cuenta usted, que era el que más revistas tenía? Ramírez: Señor... Verá... A veces la soledad... Y los días que uno lleva dentro del batallón... Ávila: ¡Continúe! Ramírez: Uno se ve obligado a descargar los impulsos, señor. Ávila: ¿Entonces resulta que ahora ustedes están llenos de testosterona?... Me parece válido su argumento, Ramírez. Pero no justifica su acción. Sin embargo, voy a ayudarle a descargar sus impulsos, como usted lo llama. Y mirando a González, Ávila ordenó: Ávila: ¡González! Reciba la toalla de su compañero. Ramírez: Señor, otra vez me quedaría desnudo. Ávila: Escúchenme bien, yo podría ponerles un castigo duro o uno más llevadero como el que tengo en mente. Recuerden que de su cooperación depende que esta falta no quede registrada en sus expedientes señores... Entréguele la toalla a su amigo. Ramírez se incorporó retirando la toalla de su cuerpo y se la entregó a González. Ávila: Muy bien, Ramírez – le dijo Ávila tirando la revista sobre sus piernas – aquí tiene el material, ¡mastúrbese! Ramírez: Pero señor, yo... Yo no puedo hacer eso... Ávila: Coopere Ramírez, coopere y todos salimos ganando... ¡Libere sus impulsos! González estaba aterrado, solo guardaba silencio.

Ramírez lo miró desconcertado, como buscando apoyo con su mirada. González solo recogió sus hombros en señal de resignación. Ramírez entendió que entre mas rápido iniciara, más rápido acabaría todo.

Con desgano llevó una mano a su pene y empezó a sobarlo buscando una erección. Sabía que le iba a ser difícil conseguirla, estaba muy tensionado y carecía de la privacidad necesaria. Acudió entonces a la revista, trató de pensar que no había nadie a su alrededor y observó las fotografías mientras seguía sobando su pene con algo de fuerza para un mayor estímulo. Ávila: Eso está bien Ramírez, eso está bien. Siga sobándose.

Pasaron unos minutos en los que Ramírez no lograba más que un leve crecimiento de su pene. No podía concentrarse y, por supuesto, no podía masturbarse. Ramírez: No señor, lo siento, no puedo. Ávila: ¿Por qué no puede, Ramírez? Ramírez: Señor, no logro concentrarme y conseguir una erección. Ávila: Está bien Ramírez, vaya ubíquese detrás de uno de los estantes y concéntrese hasta que se le pare, trate de no demorarse. Ramírez caminó y se ocultó. Pudo estar más tranquilo. Había llevado la revista con él. Pensó que todo lo que necesitaba era hacerse una buena paja y poder ir a dormir, no sería tan difícil el castigo después de todo.

Con la ayuda de las fotos, de su imaginación y de sus manos, Ramírez consiguió que su pene finalmente se despertara y lograra una erección bastante aceptable, justo lo que necesitaba. González y Ávila esperaron en silencio. Ávila: ¿Qué pasó Ramírez, ya pudo concentrarse?
Ramírez no respondió, solamente salió de detrás del estante con su pene en la mano (en parte para cubrirlo y en parte para seguir estimulándolo). Ávila: Siéntese Ramírez, veo que logró lo que se le pedía. Ramírez: Sí señor, ¿ya me puedo retirar? Ávila: Ramírez, yo le pedí que se masturbara y lo único que ha hecho es conseguir una erección. Ramírez: Pero señor yo no puedo masturbarme en frente de ustedes. Ávila: Perfecto, lo entiendo, no se preocupe. González, encárguese de masturbar a Ramírez. Ramírez: Pero señor eso sería... González: Señor yo no puedo hacer eso.... Ávila: González ya me oyó – respondió Ávila en un tono fuerte – o cooperan o nunca terminaremos con este castigo. González miró a Ramírez con un gesto de resignación (sentimiento habitual entre los muchachos esa noche). Ramírez retiró su mano de su latiente pene que había perdido solo algo de su erección y abrió un poco sus piernas facilitando el acceso de la mano de su amigo. González llevó su mano lentamente al pene del soldado y por un momento dudó en tomarlo. Finalmente se decidió y lo rodeó con dos dedos, como formando un anillo. Ávila: ¿Así se masturba usted González? ¡Cójalo todo, sin asco! González tomó el pene de su amigo y entendió que entre más tardara en obedecer a Ávila, mas se duraría el castigo. 
Ávila: ¡Masturbe a su amigo, con fuerza! González sintió el tibio pene de su amigo, era una sensación extraña, era como masturbarse a sí mismo pero sin recibir ningun estímulo. Nunca pensó que iba a tocar a su amigo de esa forma pero entendió que debía usar cierta destreza para proporcionarle el placer que necesitaba. Entre más rápido llegara el orgasmo de Ramírez, mas rápido saldrían de allí. Ramírez inclinó su cabeza hacia el techo en un intento por no pensar en lo que estaba pasando, así podría estar tranquilo y procurar un orgasmo o, al menos, no perder su erección. 

El joven soldado estaba aplicando bastante fuerza en su mano y mantenía un movimiento rítmico ágil. Ávila observaba toda la escena extasiado pero guardando su compostura. Pasaron unos minutos durante los cuales Ramírez suspiraba tratando de ahogar su respiración agitada, por vergüenza con González. Tragaba saliva y su pene estaba lubricando un poco, mojando la mano de su amigo y produciendo un sonido con el movimiento. No dejaba de mirar al techo. En un momento logró concentrarse y estuvo cerca del camino al orgasmo, pero perdió la concentración. Ramírez: No señor, no puedo terminar. Dijo Ramírez levantando de nuevo su cabeza y mirando a Ávila. González retiró su mano. 
Ávila: ¿Qué pasa Ramírez, Ávila no lo hace bien? Ramírez: No señor, es solo que él es mi amigo y... Ávila: Yo pienso que es cuestión de estímulo Ramírez, ¡póngase de pie! – el soldado obedeció – Párese de frente a la mesa y apoye una mano... Con la otra tome su pene... Ahora empiece a masturbarse. González, párese detrás de Ramírez. González: Sí señor. Ávila: Abra sus piernas un poco Ramírez... González, pase sus manos por el culo de su amigo. Ramírez cerró los ojos al escuchar a Ávila, sabía que era inútil oponerse. González también lo sabía. Llevó sus manos al cuerpo de Ramírez y las puso lentamente sobre sus glúteos. Ávila: ¿No me entiende González?, abra las nalgas de su compañero y acaríciele su culo, su ano, eso lo estimulará. Usted siga masturbándose Ramírez. González obedeció. Con una mano separó las nalgas de su amigo y con la otra empezó a masajear su ano.

Ramírez sintió un estimulo, efectivamente. No el que hubiera deseado, pero sí una sensación que le ayudó a fortalecer aún más su pene y a acelerar la llegada de su orgasmo. 
Ávila: Espero que eso le esté ayudando Ramírez, no se olvide de avisarme cuando esté a punto de venirse.

Los muchachos siguieron en la misma pose. Ávila le indicaba a González que frotara el ano de Ramírez con sus dedos, que hiciera círculos en él y de vez en cuando pasara toda su mano por entre las nalgas de su amigo. Ramírez seguía con los ojos cerrados y sentía los estímulos de su amigo. Empezó a suspirar, a tensionar sus músculos. Ramírez: Ya casi... Señor. Ávila: Muy bien, deténgase Ramírez. El soldado soltó su dura verga, ya estaba lubricando, había mojado toda su mano con presemen. Ramírez se incorporó y miró a González. Su amigo bajó la mirada.

Ávila: González, ponga su uniforme sobre esa silla. Ramírez pensó que ahora sería su turno para hacerle lo mismo a González. El joven soldado se deshizo de su camiseta y de su pantalón revelando un cuerpo pronunciado. Ávila no quitaba su mirada de encima. Su pecho, sus piernas, su abdomen, su espalda, todo era compacto. Un torso fuerte y viril sostenido por dos piernas que más bien parecían columnas: delgadas y fuertes. Sus partes íntimas estaban cubiertas por unos pantaloncillos similares a los de Ramírez. Eran los pantaloncillos oficiales del uniforme del ejército y ayudaban a resaltar el bulto que formaba el pene del soldado y a sostener sus duros glúteos. Cuando iba a retirar sus pantaloncillos, Ávila le ordenó quedarse con ellos. Ávila: Muy bien, muy bien, veo que usted tiene un cuerpo incluso mejor que el de su amigo. ¿Usted qué opina Ramírez? Ramírez: Sí señor, se ve más marcado – respondió Ramírez en voz baja. Ávila: Que bien... Bueno, señores párense uno frente al otro – los muchachos obedecieron – Que bien, ahora quiero que se den un abrazo de amigos, vamos. - Los dos soldados se dieron un abrazo bastante flojo, solo poniendo sus manos en los hombros del otro – No señores, me refiero a un abrazo de verdaderos amigos, con fuerza, sientan su piel señores, sientan sus brazos, sus músculos... Eso muy bien, con fuerza – decía Ávila mientras los muchachos seguían sus instrucciones. – Que bien.
Bueno, ahora sin separarse mucho, mírense a los ojos... Cada uno mire profundamente a su amigo. Mírense fijo a los ojos... Ahora González, pruebe los labios de su amigo.

González miró a Ávila con desconcierto. Ávila: ¡Vamos González! No tenemos toda la noche. Ramírez, abra un poco su boca, no me digan que nunca han dado un beso, vamos, vamos que no quiero que Ramírez pierda su erección. Los dos soldados empezaron a besarse torpemente. Cerraron sus ojos para evitar la vergüenza y juntaron sus labios, inmóviles, sin gusto. Ávila: Muy bien, ahora quiero que cada uno lleve su mano al pene del otro – los soldados obedecían – no dejen de besarse, muy bien, están haciéndolo muy bien. ¡González, con fuerza en el pene de Ramírez! No quiero que pierda la erección. Ramírez, usted meta su mano por los pantaloncillos de González, acarícielo bien. Eso es, muchachos.

Pasaron unos minutos de esa forma hasta que Ávila volvió a interrumpir. Ávila: Muy bien, muy bien. Ahora González, arrodíllese frente a su amigo – González obedeció – Que bien, tome firmemente su verga y acaríciela. González tomó la verga de Ramírez y la siguió sobando. Ávila: Bueno González, ahora dele una probadita, dígame a qué le sabe. González: Pero señor, yo no puedo... – respondió González tratando de ponerse de pie, pero fue interrumpido por Ávila quien puso una mano en su hombro para obligarlo a arrodillarse nuevamente. Ávila: Ya me oyó González, no le estoy pidiendo un favor, arrodíllese, llévesela a la boca e imagínese que es un bombón. González cerró nuevamente sus ojos, y tratando de pensar en otra cosa cubrió con su boca el glande de Ramírez, éste conservaba su erección y no pudo evitar sentir un leve y contradictorio placer ante la tibia boca de su amigo. Ávila: Muy bien González, pruébela más, métasela más. González se esforzaba por complacer a Ávila y así poder irse pronto, sin embargo, su obvia inexperiencia hizo que se sintiera ahogado y retrocedió su cabeza tosiendo. Ávila: Tranquilo González, tranquilo, eso siempre pasa la primera vez. Dígame, ¿a que le supo? Ramírez: A nada señor – respondía González mientras tosía. Ávila: Eso es González, no tiene ningún sabor, pero ya le empezará a gustar.

Ramírez seguía de pie con su pene en erección. Ávila: González, necesitamos que Ramírez termine, párese detrás de él por favor – González obedeció – Muy bien, ahora quiero que tome el pene de su amigo y lo empiece a masturbar... Muy bien, con fuerza, González, queremos que Ramírez riegue toda su carga sobre la mesa... Ahora quiero que lo estimule como lo estaba haciendo antes, pero ya no con su mano, sino con su bulto. Pegue bien su bulto al culo de Ramírez y sóbelo para que él se estimule, González. Los muchachos siguieron las indicaciones de Ávila.

Los estímulos en su pene y en su ano, sumados a la corta e inexperta sesión de sexo oral que le había dado González, fueron suficientes para que Ramírez llegara al orgasmo. Sin avisarle a su compañero y tensionando todos sus músculos, Ramírez emitió un gemido que trató de ahogar por vergüenza, y empezó a disparar su semen sobre la mesa.

Ávila: ¡Que bien Ramírez, siga... No deje de masturbarlo González, ayúdelo! González seguía masturbando a su amigo al tiempo que oprimía más su bulto en su culo. Varias cargas de semen disparó Ramírez sobre la mesa, quedando exhausto y lleno de sudor. González tenía su mano inundada de semen. Soltó finalmente la verga de su amigo y los jóvenes separaron sus cuerpos.

González limpió el semen de su mano en la ropa de Ramírez. Ávila: Muy bien muchacho, muy bien, fue un buen orgasmo, veo una buena cantidad de semen. Usted también lo hizo muy bien, González. Lo felicito. Ramírez se sentó exhausto en la silla, su pene empezó a perder tamaño y se sentía mas tranquilo ahora que creía que había cumplido con su castigo.

Continuará...

Esteban


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