lunes, 30 de mayo de 2016

Militares cogiendo en la avioneta del Ejército

Cualquier lugar es bueno cuando se trata de una buena cogida. Es por eso que estos Militares, mientras entrenaban a campo abierto, decidieron utilizar una de las avionetas del Ejército para hacer de las suyas.

Academia Militar Gay - Hombres para Hombres 














 

lunes, 9 de mayo de 2016

Dos panas Militares se cogen entre sí

Un simple hecho como afeitarle la cabeza a un compañero, puede terminar en un buen morbo aquí en la Academia.

Estos dos panas empiezan con una máquina de afeitar, así se van excitando, manoseando y acaban llenándose de leche en una tremenda cogida.

En la versatilidad está el gusto, dicen algunos... ¿tú qué opinas?

Academia Militar Gay - Hombres para Hombres 

lunes, 7 de marzo de 2016

Morbo entre Soldados veteranos

En los cuarteles de la Academia Militar Gay puede pasar cualquier cosa. En esta oportunidad dos Militares veteranos decidieron pasarla bien durante un fin de semana.

Entre mamadas, manoseos, besos y morbo, estos Soldados nos demuestran porqué vale la pena estar aquí.












 

lunes, 25 de enero de 2016

Rica culeada entre machos Militares

Un Militar moreno está afuera fumándose un cigarro y sobándose el güevo, y en eso otro Militar, un catire, lo ve y no aguanta la tentación de llegarle y darle una mamada brutal. El resto tienes que verlo.

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jueves, 21 de enero de 2016

Sometido a un Militar

Autor: ositosumiso
Madrid, España


Yo siempre había practicado sexo convencional, pero tenía amigos en el mundo leather que practicaban sexo más durillo. Uno de ellos, Miguel, me dijo que le acompañara un día a un local de los que solía frecuentar, y yo, por curiosidad accedí.

Cuando llegamos, Miguel pidió dos cervezas y me dijo que se iba a dar una vuelta para ver qué veía por ahí. Yo le dije que le esperaba en la barra, estaba algo cohibido y preferí aclimatarme un poco antes de inspeccionar la fauna de aquel sitio. No había mucha gente, pero los que había iban vestidos con cuero, chaps o con el torso desnudo.

De pronto fijé mi mirada en un tipo que había al otro extremo de la barra. Era un tío muy masculino, de unos treinta y tantos o cuarenta años. Tenía un cuerpo definido y bien formado, era un poco más alto que yo, unos 173 o 174 cm y pesaría unos 64 o 65 kg. Una barba cerrada y bien recortada tapizaba la parte inferior de su rostro y llevaba un tatuaje en el brazo izquierdo, a la altura del hombro. Vestía conforme a la estética del lugar: muñequeras de cuero, cintas de cuero en los brazos, chaleco de piel, botas negras y un suspensorio negro muy sexy que dejaba al aire sus bien formados glúteos. Su aspecto me excitó mucho, me parecía muy guapo. Su imagen solitaria bebiendo en la barra me absorbió completamente, no podía apartar la vista de él.

De repente levantó la mirada de su vaso y me miró. Sus ojos oscuros tenían algo que me amedrentaba, así que desvié inmediatamente la mirada y la paseé por las botellas que había detrás de la barra, disimulando mi nerviosismo. Di un trago de mi copa y, tras uno o dos minutos volví a mirar. Me estaba observando con esa mirada penetrante que me imponía, bajé la vista otra vez, pero de vez en cuando volvía a mirar tímidamente hacia él.

De pronto, se acercó otro tío, algo más ancho y más alto que el primero, también como éste medio desnudo. Estaba claro que se conocían, porque el segundo se puso al lado del primero y lo miraba expectante. El tío que me gustaba, sin embargo, no hizo ademán de percibir la presencia del otro. Seguía dando pequeños tragos de su vaso, como si estuviera solo. Entonces me miró y vi cómo me sonreía casi imperceptiblemente. Mi corazón empezó a latir con fuerza, no sé muy bien por qué razón. Sin venir a cuento escupió sobre la barra, luego me miró y volvió a sonreír. Yo no entendía qué estaba pasando, pero entonces, sin apartar su mirada de mí, hizo un gesto al otro tío con un leve movimiento de la cabeza. Para mi asombro, aquél agachó la cabeza y lamió la saliva de la barra. Me quedé estupefacto, y sin embargo, no sé por qué razón, me sentí tremendamente excitado. Aquel tío seguía sonriendo y me miraba fijamente, como diciéndome "Esto lo he hecho para que tú lo veas", pero yo no podía mantenerle la mirada, había algo en él que me intimidaba, no sé, me miraba como un tigre mira a su presa y yo me sentía un poco amedrentado así que miré para otra parte.

Al cabo de unos segundos volví a mirar, pero ya no había  nadie en la barra. Me quedé algo desilusionado, pero permanecí allí apurando mi cerveza.

Al cabo de un rato, volvió Miguel.

"¿Qué tal te lo estás pasando?" me preguntó.

"Bueno, no está mal" dije, "me siento un poco fuera de lugar".

"Claro" rió, "así vestido no me extraña".

Yo vestía de una manera bastante normal, tejanos, polo y zapatillas deportivas, y aunque mi aspecto es viril, supongo que no era la ropa adecuada para aquel local.

"Bueno, si te parece nos vamos. Yo lo que quería era que vieras el ambiente por el que me muevo, y ya lo has visto" dijo Miguel.

Yo asentí, y tras pagar nuestras consumiciones, nos dirigimos hacia la puerta.

En el camino, vi asombrado, cómo se aproximaba el tío de la barra hacia nosotros. El corazón se me puso otra vez a cien, me dio la impresión de que iba a abordarme ahí mismo, delante de mi amigo.

Estaba equivocado. Se paró frente a nosotros, pero su saludo no iba dirigido a mí.

"Hola, Miguel" dijo, besando a mi amigo en la mejilla.

"Hola, guapo" respondió éste devolviéndole el beso.

El tío desvió la vista hacia mí, de una manera casual, y yo enrojecí súbitamente. Miguel nos presentó.

"Este es mi amigo, Pedro" dijo. "Éste es Javier".

Javier... sentí como un pellizco de placer al oír aquel nombre... Javier...

Extendió la mano y yo la acepté. Era una mano recia y cálida, apretó fuerte y su contacto me electrizó.

"Encantado, Pedro" dijo con aplomo y cierto acento que no supe donde ubicar, pero probablemente era andaluz o extremeño, no soy muy bueno para detectar esas cosas. Aunque era un tipo duro, su voz encerraba cierta calidez al dirigirse a mí.

"Encantado... Javier" respondí un poco azorado, y avergonzado de que se me notara que estaba nervioso.

"Ya nos íbamos, Javier" dijo Miguel, "qué pena no haberte visto antes y habernos tomado una copilla juntos".

"No pasa nada, tío" dijo Javier, "otro día será. Me alegro de veros".

"Igualmente, tío, nos vemos" respondió Miguel.

"Y ha sido un placer conocerte, chaval" dijo Javier dirigiéndose a mí, justo antes de girarse y desaparecer en el interior del local.

No me dio tiempo a responderle, pero pude ver cómo se iba y contemplé su cuerpo bien formado, su culo y sus piernas desnudas al alejarse. Se me hizo extraño que me presentaran a un tío de una manera tan formal, en un sitio público, y que el tío estuviera desnudo. Pero en realidad agradecí este hecho, porque me había permitido admirar partes de su anatomía que en otras circunstancias no hubiera podido ver.

Cuando estuvimos fuera, no me resistí a preguntar a Miguel por Javier.

"Oye, y este tío... ¿Es amigo tuyo o qué?"

"Sí, ¿te gusta? Está bueno, ¿eh?" dijo guiñándome un ojo.

"Je je je" asentí con la mirada.

"Es militar" me contó mi amigo, "un tipo duro. Aquí la gente le tiene respeto, además es muy agradable, como has visto. Un día, si quieres, le llamo y salimos a cenar".

"Vale, genial" acepté encantado. La verdad es que me hacía mucha ilusión volver a ver a aquel macho, que me tenía completamente seducido.
           
Pero pasó el tiempo y no se produjo la tan ansiada cena. Así que, al cabo de un mes o así, ya tenía medio olvidado a aquel chico.
           
Un día, estaba en casa de Miguel. Éste había salido a comprar y yo me quedé allí viendo la tele mientras le esperaba. Llamaron a la puerta y fui a abrir. Imaginé que era Miguel que volvía cargado con las compras y le resultaba incómodo sacar las llaves de su bolsillo. Al abrir la puerta, cuál no sería mi sorpresa al encontrarme a Javier. Él también se sorprendió porque elevó las cejas al verme, pero enseguida compuso esa expresión aplomada tan suya, como de tenerlo todo bajo control. Me sonrió y dijo:

"¡Hombre! ¿Cómo estás, tío? Te llamabas... Pedro, ¿no?"

"Sí, sí" respondí un poco cortado... "Estoy bien, Javier, gracias, ¿y tú?"

"Te acuerdas también de mi nombre, ¿eh?" dijo sonriente. "¿Puedo pasar?"

"Claro, claro" contesté y me hice a un lado para que entrara. "Miguel no puede tardar mucho".

Iba vestido con ropa militar, y recordé que Miguel había dicho que esa era su profesión: botas militares, pantalón de camuflaje, una camiseta de la legión y una gorra. Tenía un aspecto bastante rudo y me sentía atraído irresistiblemente por él.

"Bueno, bueno, bueno" dijo, "¿no vas a servirme algo?".

"Sí, sí, claro... ¿Qué quieres?".

"Ponme una cerveza".

"Voy" dije.

Hablaba conmigo de una manera imperativa, como si estuviese acostumbrado a dar órdenes. Supuse que era normal, pues era militar y debía de tener subordinados; en el Ejército ya se sabe cómo son estas cosas.
           
Le serví la cerveza y dio un amplio trago. Luego, se relamió la espuma del bigote y me obsequió una sonrisa que me cautivó completamente, me gustaban sus labios brillantes y su aspecto viril. Sobre todo me gustaba porque me miraba con mucha familiaridad, muy tranquilo, contrastando con el evidente nerviosismo que yo manifestaba. Me debí de quedar mirándole embobado, porque noté cómo levantaba una ceja inquisitivamente.

"Te gusta lo que ves, ¿eh?" preguntó.

"Sí... Estooo... Bueno..." balbuceé.

"Ven" dijo, "tengo ganas de ejercitarme un poco. Quítate la camiseta".

Aquello había sido una orden. Me puse un poco tenso, pero por alguna razón le obedecí. Él se quitó su camisa verde caqui de la Legión y dejó su espléndido torso al aire. Entonces, sin previo aviso, me dio un bofetón.

"Vamos, chaval" me espetó, "vamos a echarnos una peleílla entre machos".

Yo me quedé muy cortado, no sabía qué hacer. Él se movía delante de mí, marcando unas fintas como un boxeador. Me soltó otro bofetón.

"¡Vamos, tío, no me seas nenaza!"

"Oye, yo no sé si ahora..." Traté de hablar con él, pero se me lanzó encima y empezamos a forcejear.
           
Él reía mientras luchábamos, y al final, no me importó luchar con él. De hecho, me excitaba esa pelea. Rodamos por el parquet, abrazados cuerpo a cuerpo, sentí sus músculos en tensión tratando de forzar la victoria. Estábamos bastante igualados, y eso le daba más emoción a la cosa. Estuvimos así durante un rato, restregando nuestros cuerpos el uno contra el otro, sudando copiosamente. Él consiguió, en un momento del combate en que estábamos de pie, hacerme perder el equilibrio. Aprovechó la ocasión y se tiró encima de mí y retorció mi brazo hacia atrás, haciéndome chillar de dolor.

"¿Te rindes, soldadito?" preguntó.

"Sí, sí" dije.

"Bien, soldadito, así me gusta" dijo con una risa triunfal en su rostro.

Me sentí un poco humillado por su victoria, pero por alguna razón prefería que hubiera sido así. Me pareció que de alguna manera, aquello no podía haber acabado de otra forma.
           
Nos levantamos y él se dirigió hacia su lata de cerveza, la cogió y bebió un trago. Luego la depositó en la mesa y se acercó hacia mí sonriente. Su cara estaba a escasos cm de mí y mi corazón empezó a latir con fuerza. Sentía su aliento en mi rostro, el olor de su sudor y el calor de su cuerpo en la proximidad.

"Desnúdate" me dijo, "déjate solo puestos los calzoncillos".

Le miré a los ojos y había algo en ellos que no admitía discusión. Nos medimos unos segundos y en ese momento tuve muy claro que, de alguna manera, yo era inferior a aquel tío. Sin decir palabras me desnudé.

"De rodillas" dijo de pronto.

Lo miré extrañado y estuve un momento indeciso. Sentí que debía obedecer, no sé por qué. Sentí como si aquel tío tuviera un poder sobre mí, como si pudiera decidir sobre mi voluntad. Yo estaba subyugado y extrañado, pues nunca había sentido nada parecido.

Entonces me dio un bofetón que resonó en la estancia.

"No lo volveré a repetir" dijo. Su mirada era ahora dura, me asustó.

Me arrodillé inmediatamente y me puse a temblar. No sé qué me estaba pasando.

"Buen chico" dijo mientras acariciaba mi cara.

"Escucha" me dijo agachándose y acercando su boca a mi oreja: "aquí hay dos machos, pero uno es más macho que el otro ¿entiendes? Y tú sabes quién es el más macho, ¿no?"

Esas palabras me dieron miedo, pero me excitaron mucho.

"Sí... Sí" respondí.

"¿Quién es aquí el más macho?" preguntó aún agachado a mi lado.

"Tú... Tú..." dije en voz baja.

"Bien" dijo poniéndose de pie, "no lo olvides nunca".
           
Me sentía cada vez más asustado de lo que estaba pasando en mi interior, estaba perdiendo el control de la situación y depositándolo en otro tío, y eso me excitaba tremendamente.

"¿Qué soy yo para ti?" preguntó.

"No sé" dije dudando un momento. "¿Mi... Mi amo?"

"¿Es eso lo que sientes?"

"Sí... Sí" asentí.

"Bien, pues así me llamarás a partir de ahora".

"Sí, amo..." Me oí decir, aún incrédulo de dirigirme a otro hombre de esa manera.

"Muy bien, soldadito" dijo, "ahora le vas a lamer los huevos al macho. Desabróchame los pantalones" ordenó.
           
Obedecí y bajé sus pantalones de camuflaje hasta abajo. Llevaba puesto un calzoncillo verde, de esos que llevan los militares. Me agarró por la nuca y atrajo mi cara contra su paquete y empezó a restregarlo en mi rostro. Sentí sus huevos y su polla a través del calzoncillo militar mojado, y su olor, el olor a macho que desprendían. Entonces su pene empezó a crecer hasta alcanzar un buen tamaño. Se lo acomodó en el calzoncillo del Ejército y sacó el extremo de su polla por la pernera.

"Cómeme el rabo, puta" ordenó.

Yo le obedecí. Empecé a lamerle el glande y fui bajando, saboreando la polla caliente de Javier. Me la introduje en la boca ansiosamente. Entonces él me apartó y me dijo con una sonrisa burlona:

"Te gusta comerle el rabo a tu amo, ¿eh, zorra?"

Yo estaba esperando ansioso, de rodillas, mirando la polla de Javier con deseo, pero éste parecía disfrutar haciéndome esperar para degustarla, como alguien que hace rabiar a un niño por no darle un caramelo.

"Cómo me gustas, mamón" dijo. "Ahora cómeme los huevos".

Lamí sus huevos peludos y olorosos, mientras él apartaba los calzoncillos para dejarlos asomar por la pernera.

"Así me gusta, guarra" rió. "Ahora, las piernas".

Lamí el sudor de sus muslos y fui bajando por las rodillas con la lengua hasta sus pantorrillas.

Luego me agarró de una oreja y tiró hacia él, obligándome a ladear la cara. Entonces escupió en mi rostro y luego lo lamió. Sentí la aspereza de su lengua recorrer mi cara, y su cálido aliento sobre mí. Estaba excitadísimo y expectante para saber qué iba a ocurrir luego, pues nada de lo que fuera a ocurrir dependía de mí.
           
Se puso de pie, se bajó el calzoncillo hasta medio muslo y escupió sobre su glande.

"Lame esto, perro" me ordenó.

Lamí el escupitajo de su polla y seguí lamiéndola, paseé la punta de mi lengua por el orificio de la uretra. Estaba húmedo y cálido. Lamí luego con dedicación el glande y observé como me miraba desde arriba con esos ojos que me tenían dominado. De su pecho velludo pendía un colgante, algo militar supuse.
           
Entonces, agarró mis orejas y me metió la polla en la boca y empezó a follármela. Sentía las embestidas de su polla en mi garganta y la fuerza de sus manos en mis orejas.

"Come rabo, puta" decía, "cómele la polla a tu amo, cabronazo".

Yo apenas podía respirar. Entonces, me soltó las orejas, y mientras tenía su polla en mi boca, se agachó sobre mí, tomó mis nalgas con sus manos y las apartó dejando mi ano al descubierto. Luego escupió en él y empezó a hurgar con un dedo en su interior.

"Este es el culo de mi putita" dijo, "a partir de ahora lo vas a tener siempre dispuesto para cuando yo quiera".
           
Me dio varios azotes mientras se la comía y luego se levantó y escupió sobre mí varias veces. Yo, lleno de lapos, seguí lamiendo, porque él no me había dicho que parara. Entonces separó mi cara de su polla y me propinó un bofetón. Yo le miré indefenso desde mi posición de rodillas, y volvió a pegarme, me cruzó la cara una y otra vez, como si quisiera ver hasta dónde aguantaba. Yo le miraba asustado, pero subyugado por su belleza y su poder sobre mí. Escupió sobre mi cara otra vez y pasó la palma de su mano para expandir su saliva por todo mi rostro.

"Abre la boca" dijo luego.

Hice como me mandaba y él escupió dentro. No una, sino varias veces. Cuando paró, yo seguía con la boca abierta, esperando a que me dijera qué hacer.

"Trágatelo" dijo por fin.

Tragué su saliva.

"Ahora tienes parte de mí en tu interior, perro" dijo, "esto es un honor para ti".

Como tal honor lo sentí. No sé qué me estaba pasando, pero sentía que el hecho de ser chuleado por Javier, de tragarme su saliva, era algo bueno, y casi me entraron ganas de agradecérselo.
           
"Quiero que huelas mi culo" ordenó, dándose la vuelta.

Me encontré con sus nalgas delante de mi cara. Puse los dedos de mis manos entre sus glúteos y los aparté. Vi entonces el ano oscuro de aquel militar al que llamaba amo. Acerqué mi nariz y aspiré. El olor acre y fuerte de su culo penetró en mi nariz, inspiré otra vez, pensando lo extraña que era esa situación: yo, desnudo, oliendo el ano de aquel tío.

"Huele mi culo de macho, perra" decía mientras yo lo olía. "Imprégnate del olor de tu amo, y disfrútalo. Ahora, lámelo".

Lamí su culo, introduje mi lengua con vehemencia en su ojete y la pasé ávidamente por sus contornos fruncidos, saboreándolo, como si fuera el ano de un dios. Su fuerte sabor se expandió por mi paladar; era ese un sabor que mantendría en mi memoria durante mucho tiempo.
           
"Ya te has dado un buen banquete, cerda" me dijo, "ahora viene el postre. Quítame las botas, y los calcetines. Con la boca".

Le quité las botas, y luego mordí la punta de los calcetines y tiré de ellos para fuera.

"Ahora lame los pies de tu dueño".

Se sentó en el sofá y yo empecé a lamer sus plantas como un perro, lamí entre los dedos, me los metía en la boca y seguí lamiendo, llenándome de su olor y su sabor. Él me miraba complacido desde arriba. Era una mirada que decía muchas cosas, supongo que igual que la mía desde abajo; creo que nos decíamos con la mirada que esa era mi posición natural, a sus pies, lamiendo, y la suya donde estaba, siempre por encima de mí, como un macho superior sobre su esclavo.

"El universo tiene muy bien organizadas las cosas" dijo como si leyera mis pensamientos, "y nos ha dado un lugar a cada uno: a mí me ha hecho tu dueño, por mi personalidad y por mi capacidad. Y a ti te ha hecho mío, simplemente porque lo merezco. Tu mayor orgullo será servirme. Ahora sígueme. A cuatro patas".

Al decir esto empujó mi cara a un lado con su pie, y se levantó. Yo fui detrás de él, a cuatro patas, como su perrito.

Me guió hasta el lavabo de Miguel, evidentemente conocía la casa. Me hizo meterme en el compartimiento de la ducha y se introdujo él. Yo estaba de rodillas mirándole.

"Pídeme que te mee, puta cerda sumisa".

Nunca me había meado nadie, y la verdad es que no me apetecía que nadie lo hiciera.

"Bueno, la verdad es que yo... Preferiría..." Empecé a decir.

"No te he pedido tu opinión, perro" me dijo, "haz lo que te ordeno, y pídelo 'por favor'".

"Por favor... Amo... méame".

"Así me gusta".

Sentí como el pis de Javier resbalaba por mi cara y por mi cuerpo, lo sentí caliente y húmedo, y mientras él me meaba, me miraba desde arriba con cara de placer.

"Hago contigo todo lo que quiero, ¿lo sabes, no?" dijo, mientras seguía meándome.

"Sí, amo" respondí.

Javier aprovechó que tenía la boca abierta para agitar su polla y verter dentro las últimas gotitas de meo que le quedaban. En todo momento mi polla se mantuvo erguida.
           
Luego me levantó, me dio el jabón y no tuvo que decir nada más. Yo le enjaboné todo el cuerpo. Entonces, curiosamente, él también lo hizo con el mío. Yo disfrutaba enormemente con las manos de Javier recorriendo mi cuerpo, ahora suavemente, acariciando mi ano, disfruté como un perrito entregado a un amo cariñoso. Javier, me besaba mientras caía el agua sobre nosotros y yo gemía sobrecogido a su contacto. Salimos de la ducha, nos secamos y me lanzó sobre la cama. Luego, tras colocarse un condón, se colocó encima de mí y me penetró suavemente, mientras me besaba

"Guapo" me dijo mirándome con ternura.

Sentí un escalofrío de placer cuando él dijo eso, y lo abracé con todas mis fuerzas.
           
Sentí el cuerpo de Javier sobre mí, sentí su peso, y una oleada de ternura recorrió mi cuerpo. Sabía que aquel hombre que me estaba follando, que me había hecho suyo, era mi dueño, y mientras me follaba, yo le miré a los ojos con un inmenso agradecimiento, y me dejé llevar hacia el éxtasis por aquel que, a partir de aquel día sería mi dios en la tierra.

ositosumiso


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