lunes, 5 de septiembre de 2011

Sí, mi Teniente (II parte)

Autor: troymadrid
Madrid, España


21:50. Asomado a la ventana, me llevo el enésimo cigarro a la boca y lo enciendo. Me tiemblan las manos. En estos dos últimos meses, el frente no ha variado mucho, por lo menos en nuestra zona. Hemos reconquistado Sicilia, por tercera vez, lo cual ya no es novedad. Esperemos que sea la última. Pero eso no es lo que me hace perder el pulso y sentir un cosquilleo de tensión en el estómago.

Hace ya siete semanas y cuatro noches que conocí al soldado Castells. Un período intenso, marcado por el ritmo de sus exigencias adolescentes. No sé cómo, pero en una sola noche, se hizo con el control sobre mí. Las noches de guardia desde entonces transcurren mientras yo espero ansioso recibir el aviso para ir al Punto Alfa a recibir algún mensaje. Aquel cuchitril pasó a ser un templo para mí, con un ser casi divino al que adorar y obedecer. ¿O debería quitar el casi?

Hace ocho días que se fue de permiso. Ni siquiera me avisó. Me enteré, por un sargento, que se había ido a Almería, a casa de una amiga suya. Se estará hinchando a follar, añadió, haciéndome sentir un extraño malestar. ¿Celos? Pero hoy se incorporaba al cuartel, de nuevo.

21:55 A FORMAR, gritó un sargento. El corazón se me aceleró. Abrí la ventana y me asomé al descampado entre dos naves del polígono, que nos servía de plaza de armas. Allí estaba él, inconfundible, en la segunda fila, derrochando aquellas socarronas sonrisas. Aquel pantalón vaquero parecía formar parte de su piel, marcando las impresionantes curvas de su perfecto culo.

22:00 ROMPAN FILAS. Tras colocarse su mochila sobre los hombros, levantó la mirada hacia mi ventana. Con su dedo índice, se golpeó el reloj de pulsera, y luego levantó dos dedos, mientras me guiñaba un ojo. Yo asentí con la cabeza, sonreí, y resistí la tentación de rozarme la entrepierna por miedo a correrme en ese mismo momento. Le vi caminar, lentamente, hacia los dormitorios, admirando sus movimientos felinos.

Esperar esas dos horas fue un infierno. Conté los 120 minutos, y con precisión inglesa presioné el interruptor de acceso al Punto Alfa a las 00:00. Pasó un minuto, y nadie contestaba. No me atrevía a insistir. Quizás estaba recibiendo algún mensaje. Tras otro largo minuto de espera, la puerta se abrió y, para mi sorpresa, apareció un soldado al que no conocía. A la orden, mi teniente, balbuceó. Era extremadamente joven, rubio y pecoso. Tenía la piel muy pálida, pero el rostro lo tenía completamente colorado, avergonzado. Con su permiso, dijo, mientras salía y desaparecía escaleras abajo como alma que lleva el diablo.

¿Quién era ese y qué coño hacía en un sitio restringido? Pero al entrar en el cuarto, dejé de pensar en nada. La voz que llevaba añorando ocho eternos días dijo: ¿qué cojones haces aquí? Te dije a las dos, gilipollas. Empecé a murmurar una explicación, cabizbajo, mientras me daba cuenta de la mala interpretación del gesto que me hizo desde la formación.


Joder, me has dejado a medias, dijo. Cuando levanté la mirada, estaba sentado en su silla, con el respaldo inclinado hacia atrás, y con un prominente bulto abombando sus pantalones de camuflaje. Sus ojos azules estaban clavados en los míos y, a pesar del tono, una sonrisa iluminaba la habitación. Pero una sonrisa maliciosa, excitante.

Desnúdate, pues tienes que corregir tu error, y terminar lo que había empezado. Mi cuerpo ya se había acostumbrado a obedecer sus órdenes casi sin filtrarlas mi cerebro. A los veinte segundos, ya estaba desnudo y de rodillas delante de él, como me había adiestrado a hacer en estos meses.

Túmbate boca arriba. Mientras obedecía, le oí levantarse de la silla, ir al otro extremo del cuarto, y volver. A los lados de mi cabeza aparecieron sus botas, y pronto sentí la presión de su cuerpo sentándose sobre mi pecho. Desde arriba, me habló, acercando su cara a la mía: me traje unos juguetitos. Y frente a mis ojos empezó a agitar una enorme polla negra de látex.

El cocinerito que me has espantado al desobedecerme sólo fue capaz de soportar la mitad en su culo estrecho. Por haberme jodido un rato de diversión, merecerías que no te dejara verme más, pero estoy caliente, y mi polla es lo primero. Mientras decía esto, se la sacó, y realmente estaba dura, y manchando de humedad su camiseta verde ajustada.

Pero, tranquilo, no voy a meterte esta gomita usada por el culo sin limpiarla antes. Y así, tras escupir en la punta del consolador, con una mano me hizo abrir la boca y con la otra me lo metió hasta el fondo de mi garganta. Lo mantuvo allí unos segundos, mientras tanteaba mi cuello buscando hasta dónde había entrado la punta, apretándomelo. Luego empezó a follarme la boca con él. Pude sentir el sabor del culo del cocinero que ya lo había disfrutado.

De golpe, igual que me lo había metido en la boca, me lo sacó. Se lo puso delante de los ojos, y se inclinó hacia delante para que la luz del techo recayera directamente sobre el consolador, lo cual me permitió lamer sus huevos. Gimió levemente, mientras murmuraba que ya estaba bien limpio y lubricado. Pero mantuvo la postura mientras yo seguía lamiendo, consciente de que eso le excitaba en especial. Tras muchas horas con él, ya había aprendido sus gustos y cada centímetro de su cuerpo, de memoria.

Se puso en pie, mientras mi lengua intentaba en vano dar un último lametazo a aquellos huevos y saborear un segundo más su sudor.

Colocó dos sillas frente a la mesa. Pon las rodillas bien separadas sobre las sillas, y túmbate en la mesa, boca abajo. Al instante, obedecí. El consolador entró entero, de un golpe. Yo sabía que no podía gritar, y sólo emití un sordo gemido. El dolor fue intenso, en lo más profundo de mis entrañas. Mi culo llevaba demasiado tiempo sin ser usado, y la violencia de la penetración no era casual. Ambos sabíamos que era parte del castigo. Pero no sé que sería peor, si cuando me lo metió, o cuando me lo sacó de golpe, mientras decía: lo sabía, es de tu talla, mientras soltaba una carcajada.

Volvió a metérmelo con la misma delicadeza. Dolió menos, pero la visión se me tornó borrosa por la amenaza de unas lágrimas. Tiró hacia fuera lentamente, hasta que quedó sólo el capullo dentro, y volvió a penetrarme. A pesar del dolor, o quizás por él, mi polla estaba a punto de reventar, aplastada contra la mesa. Rezaba para no correrme sin su permiso. De vez en cuando, empezó a alternar el consolador con sus dedos. Tras sentir como tres de sus largos dedos entraban hasta los nudillos en mi ya dilatado culo, y hurgaban en mi interior, los sacó de golpe, como siempre, mientras añadía dos prometedoras frases: Ya estás preparado para el siguiente juguete. Y tienes suerte, lo vas a estrenar.

Pasó por delante de la mesa, y extrajo de su mochila una bolsa de plástico. La rasgó y sacó unas bolas de material transparente, unidas entre sí por un fino cordel, de un material parecido al plástico. Las bolas de uno de los extremos eran de un tamaño, pero según avanzaban al otro extremo, éste aumentaba. Te gustan, ¿verdad?, me preguntó mientras me metía la más gorda en la boca. Sujétalas, dijo mientras se alejó unos pasos a tirar el plástico a la papelera, dejando la ristra de bolas colgando de mi boca. Al pasar por delante de mí, dirigiéndose a mi culo de nuevo, de un tirón me la sacó de la boca.

En las pelis, los niñitos disfrutan mucho con estas bolitas, así que decidí comprar unas en el viaje y probarlas en algún culo. Ya que echaste al cocinero, con ese culito apretado que tiene, tendré que conformarme con el tuyo.

Dos severos azotes precedieron al escupitajo certero en el agujero de mi culo. La primera bola estaba ya en posición. Agarró mi muñeca, y llevó mi mano hasta mi culo. Empuja tú, me ordenó. Tras la sesión con el consolador, la bola entró sin mucha dificultad. Es fácil, ¿ves?, dijo, mientras de un tirón de la cuerda, la sacó. Milagrosamente, aún había podido contener mis aullidos de dolor. Desde el segundo día que le conocí, me dejó bien claro que odiaba oír quejidos o llantos.

Me toca a mí, murmuró mientras me introducía de nuevo la bola. Pronto entró otra. Con la cuarta el dolor empezaba a ser similar en intensidad al del consolador, pero era una sensación distinta. Me concentré en dejar la mente en blanco, huyendo del dolor y de las ganas de correrme.Abre el culo, joder, fueron las palabras que me devolvieron a mi particular infierno paradisíaco. La penúltima bola se resistía a entrar. Sabía que tenía que abrir mi culo lo máximo posible, pues él me la metería como fuera. Casi me caigo de la mesa por el esfuerzo, pero lo conseguí. Aún queda una, dijo con un retintín que me puso los pelos de punta. Volvió a escupir en la entrada de mi culo. El dolor en el interior del culo se unió al de la presión de la enorme bola, desgarrándomelo. De nuevo hice un esfuerzo para abrir más el culo. El sudor me bañaba todo el cuerpo, y cerré los ojos para evitar derramar lágrimas. Pero no fui suficientemente rápido. Entrará por mis cojones, le oí gruñir antes de sentir la punta de su bota empujando la bola. Y entró. Sííí, gritó, mientras terminaba de empujarla metiéndome un dedo en el culo. La verdad es que todo me daba vueltas, no quería desmayarme, pero me faltó poco.

Mola, tío. Pero tendremos que practicar más. Y ahora, tu premio. Empezó a tirar de la cuerda que salía de mi culo. Lo hacía con fuerza, pero cuando el agujero de mi culo se abría cubriendo todo el ancho de cada bola, se regodeaba, sacándolas más lentamente. Para sacar las dos primeras, se puso a mi costado, y con su fuerte brazo me rodeó la cadera, sujetándome firmemente, antes de tirar de la cuerda. El placer indescriptible de sentir sus bíceps contra mi cuerpo, se mezcló con el dolor agudo provocado por las bolas destrozándome el culo.

En cuanto la última estuvo fuera, sin darme tiempo a respirar siquiera me metió su polla hasta que sentí sus huevos golpeando los míos. Cuánto tiempo llevaba soñando con sentir el calor de su polla en mi interior. No necesitaba cualquier polla, necesitaba la suya. El culo me ardía de dolor, pero habría dado cualquier cosa por seguir sintiéndola dentro siempre.

Como si me leyera el pensamiento, dijo con voz ronca: te gusta que te follen, ¿eh, putita? Pero no te lo mereces, dijo, al tiempo que la sacaba completamente. Por favor, no pare, creo que murmuré, mientras sentía un vacío inmenso en mi culo. CÁLLATE, COÑO, te la meto, porque me apetece, no por nada más, y de nuevo me enculó. Como siempre me pasaba en su presencia, y más durante nuestras sesiones, mi consciencia temporal se anulaba. No sé decir durante cuánto tiempo estuvo follándome el culo y azotándolo, hasta que sentí que sus embestidas aumentaban el ritmo, igual que su respiración. Yo conocía perfectamente todas sus reacciones corporales, como para saber que aguantaría dos asaltos más como mucho. Estaba a punto. Tras una de las acometidas más profundas, me la sacó y con una agilidad felina se plantó frente a mi cara. Yo ya le esperaba con la boca abierta de par en par. Entró hasta el fondo de la garganta y, mientras yo le acariciaba sus durísimos huevos, y sentía las convulsiones de sus caderas, varios chorros de dulce semen me inundaron la garganta. Por la fuerza en que salieron, imaginé que llegarían directos a mi estómago. Mantuve su polla en mi boca, tragando hasta la última gota, feliz. Sé que le encanta sentir cómo su polla pierde su fuerza y tamaño dentro de mi boca. Cuando decidió sacarla, una bofetada estalló en mi mejilla. No vuelvas a joderme mis planes, o no volverás a verme. Esta vez sus ojos no brillaban, y su sonrisa había desaparecido.

Vístete y prepara unos cafés, me ordenó, mientras se encendía uno de mis cigarros, sentado con las botas sobre la mesa.

Tengo planes para ti.

troymadrid


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