lunes, 17 de octubre de 2011

Fobia a los Militares

Autor: Xabier
Lima, Perú





Quizás el título suene exagerado… pero es verdad, tengo cierta fobia hacia los militares. A diferencia de muchos homosexuales (que les fascina los uniformados), yo, para ser aun más sincero, siento animadversión hacia los milicos.

La causa principal: el triste rol de los militares peruanos en el tiempo de la lucha contra el terrorismo. En esta época, se realizó los cobardes ataques a campesinos (no terroristas) personas inocentes y sin culpa. Es por eso que en el 2006 se captura al ex presidente peruano Alberto Fujimori, en cuyo Gobierno se mandó eliminar las comunidades campesinas por estar en zona roja. Todo esto ocurrió en mi precoz infancia.

Es por eso que considero (hasta estos precisos momentos) que los militares son sujetos inanimados, robotizados para seguir ordenes de superiores que tan solo están de paso, personas sin moral, traumados, hipócritas con infinidades de caretas, adiestrados para labores inhumanas, pobres tipos que les lavaron el cerebro para meterles el cuento “patriótico” que hay que defender el territorio con balas y sangre, de aquellos que creen que aun existe el militarismo civil, que para tenerlos bajo control y “darles valor” los obligan a consumir estupefacientes y menjunjes autóctonos, malditos contratistas de prostitutas y putos…

¿Por qué escribo todo esto? Porque, quiero contar (recién entramos al relato) que en el edificio donde vivo, una planta más arriba, donde vive mi entrañable vecina Beatriz (50), hace unos meses, quizás dos, viene a visitar a Beatriz su único sobrino. Este nuevo personaje, como ya se imaginarán, es militar.

Todo comenzó al atardecer de un sábado de noviembre, ya pasado mi cumpleaños (02 de nov.), estábamos un grupo de amigos de Beatriz, la mayoría vecinos del edificio, tomando y charlando…, cuando de la puerta aparece un joven alto, blancón, de buena presencia, rapado con corte de navaja, esbelto y conciso, de cara tosca pero de rasgos proporcionados, con el típico traje blanco de veranos de la Marina de Guerra del Perú. Este hijo de Grau hizo que se me erizaran los vellos, en un principio pensé en salir del recinto con suma sutilidad… pero luego, conforme saludaba a los invitados y se acercaba a mí, decidí conocerlo.

“Para curarte un trauma tienes que enfrentarte a ella” es lo que me dijo una vez mi novio. Le extendí el brazo, se presentó como “Charles”, nos quedamos un imperceptible momento moviendo las manos hasta que Renato, al costado mío, le saludó. Continuamos bebiendo un rato más…, Charles y Renato, me supongo por similitud de edad e intereses, parloteaban a más no poder, me dio jaqueca al escuchar tantos términos castrenses, terminé la botella de alcohol que tenía en la mano, me excusé y me fui a dormir.

Poco antes del Aniv. De Lima (18 enero). Llego al departamento, ingreso hasta el dormitorio, y detrás de mí la puerta se cierra… Era Renato, mi novio, vestido de la cintura para arriba con su uniforme de camuflaje y de la cintura para abajo con un minúsculo interior sin pernera también de las Fuerzas Armadas, de los soldados terrestres, o como decimos en Perú de los “cachacos”.

Renato se acercó peligrosamente, me abrazó con la manos cruzadas rodeando mi espalda y me besó frenéticamente. Me cubría todo el cuerpo, me arrinconó contra la pared y pasó a desvestirme… bueno, a rasgarme la ropa. Apretujaba mis ojos para imaginarme algo bonito; nunca sucedió. Lo agarré desde los pectorales y lo boté. Él sabía de mi “fobia” y aún así se atrevió a hacerme ese jueguito. No me dijo nada. Comimos unos postres antes de dormir.

Antes se había despojado de la chaqueta y las botas (quién sabe de donde lo habrá conseguido), ahora se quitaba la camiseta y se quedó con la ceñida tela que cubría su parte pélvica. Cómo dos viejos prostáticos nos acostamos de espaldas al otro.

No podía dormir. Deslicé la sábana. Miraba con deleite su dorso, su fibrosa espalda y su encantador culo cubierto por ese interior de manchas cafés, marrones, verdes oscuros y negro… y me seguía encandilando su trasero. La frase encodillada ahora me sonaba más literal que nunca.

Mis manos se posaron, una en cada lado, tocando la textura de la tela, y la bajé un poco.


Seguía siendo el mismo culo que disfrutaba día tras día. Lo vi tan dormido como mi gato. En silencio, recogí las botas y se las puse algo holgadas; yo me puse encima la chaqueta. Sin ningún protocolo me dirigí a chuparle el culo.

Me entretuve jugando, su ano, dócil como pocas veces, se dilataba dejándome irrumpir más allá de la decencia.

Hasta que a mis pinceladas libres se le unió la psicofonía de los agudos gemidos de Renato, que a su vez tensionaba los músculos, atrapando mi lengua en su interior.

Uno de sus quejidos me llamó la atención; no era de goce, tampoco de lasciva; era como el gritillo que se da cuando liberas energía. Sí, como eso. Le di vuelta y la tela estaba mojada.

Liberé su pinga y entusiasmado me los metí a la boca.

Mojado se deslizaba con facilidad por mi garganta. Golpeteaba el glande contra mi lengua y recorría todo su contorno.

Se inclinó para darme un dulce beso, se recostó acomodándose y alzó las piernas al techo.

Proseguí mi con mi jueguito; esta vez dactilar. Hurgaba con dos dedos la profundidad; con dos dedos arrinconaba los extremos; los dos dedos en círculos. Renato no pedía, solo se dejaba hacer.

Me quité todo lo que llevaba puesto y me situé sobre él, apuntando a ciegas y empujé con brusquedad.
Ante la primera seña de dolor, Renato buscó mis labios y sus piernas rodearon mi bajaespalda.

Con una mano lo tenia del cuello, con la otra le dedicaba una suave paja. Me movía acelerado, hacíamos rechinar la cama, incluso, nos chocamos con la cabecera.

Estaba llegando al clímax, quise salir para derramar mi leche en su pecho; pero ayudado por sus piernas me contrajeron, dando la estaca final.

Llené el interior de su ser con el sello de amor que todos los días nos ofrecemos.

Me despegué de él y se ofreció limpiarme de rastros de semen. Otra vez se encontraba empalmado. Lo sujeté. Le acariciaba las bolas, los sopesaba, hacia círculos con la palma en el glande, le daba cosquillas sobre el perineo, cuando lo golpeaba sobre su ombligo eyaculó.

Desde sus pectorales se mancharon de su propio semen, los cuales después me encargaría de recoger. Dormimos desnudos, abrazados y mojados.

Siento que por fin me libre de mi trauma, mi fobia. Bueno, no del todo. La semana pasada que vino Charles de visita no pude contenerme y me fijé detenidamente en su culo. Es grandote y respingado, que se ciñe fácilmente en su traje. Cuando se pone de espaldas le tomo medidas, si voltea esquivo su mirada…

P.D.: Sigo pensando lo mismo de los militares.

Charles cada vez es más amigo de Renato.

Son simples amigos, no hay nada entre ellos, ya me hubiera dado cuenta.

Si mi novio se da cuenta que miro el trasero de su amigo, no se pondrá celoso, sabe que soy fuel a su culito.

Xabier


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