martes, 28 de enero de 2014

El rigor Militar (II parte)

Autor: Esteban
Pachuca de Soto, México


Habían transcurrido alrededor de 20 minutos desde que Ramírez estaba trotando en pantaloncillos. El cansancio empezaba a apoderarse de su cuerpo, al igual que la curiosidad por saber qué es lo que pretendía Ávila con él y su compañero. El sudor corría por su definido pecho tropezando con su cadena, bajaba por su abdomen y era retenido por sus pantaloncillos blancos que empezaban a volverse transparentes por el efecto de la humedad. Sus pasos hacían eco en el vacío gimnasio del ejército. Ávila y González seguían recostados en la pared observando cómo Ramírez completaba vuelta tras vuelta de su castigo.

Ávila, que como siempre no expresaba ningún tipo de emoción, no podía quitar los ojos del cuerpo del muchacho. Cada vez que Ramírez se aproximaba, Ávila recorría su cuerpo de arriba a abajo y detenía su mirada en el bulto que formaba el pene del joven. Y cuando el soldado se alejaba, no podía dejar de admirar la perfección de su húmeda espalda y, por supuesto, de su firme trasero. Por su parte, González no entendía qué estaba sucediendo, ¿acaso para él no habría castigo? Tenía las mismas dudas de su compañero respecto a lo que pretendía Ávila con ellos. Le parecían muy extrañas las exigencias del teniente. Eran muchas las dudas que González tenía pero guardaba silencio, había aprendido que en el ejército solo se habla cuando se es autorizado a hacerlo. 
Ávila: Yo creo que ya ha pasado suficiente tiempo, ¿no, González? ¿Dejamos descansar a Ramírez? González: Sí señor, yo creo que sí. Ávila: ¡Ramírez! – gritó Ávila – venga acá. Ramírez se acercó al tiempo que disminuía el ritmo de su trote y se detuvo ante los dos hombres. El cansancio hizo que se inclinara un poco al tiempo que apoyaba las manos en sus muslos y levantaba su cabeza para atender las órdenes de su superior. El sudor caía a chorros por su cara, su respiración era agitada.

Ramírez: A sus órdenes señor. Ávila: Yo creo que es suficiente trote, ya lo veo cansado, es mejor que se duche. Ramírez: En ese caso, permiso señor, me retiro a las duchas. Ávila: No, no nos pida permiso que nosotros lo acompañamos... González, traiga las cosas de Ramírez.

Los tres hombres ingresaron al cuarto de duchas, Ávila encendió la luz. El cuarto de duchas estaba conformado por dos secciones, una era una sala amplia con lockers y bancas para cambiarse. La sección que le seguía, y a la cual se accedía por un estrecho marco sin puerta, eran las duchas: veinte duchas ubicadas en las paredes donde los soldados se bañaban después de cada entrenamiento. 
Ramírez: Bueno, con permiso señor, si ustedes van a estar aquí en las bancas yo sigo a las duchas. Ávila: Espérese Ramírez, ¿usted se va a duchar con los pantaloncillos puestos o qué? Ramírez: No, no señor, ya me los iba a quitar en la ducha. Ávila: De ninguna manera Ramírez, González le va a ayudar. Ramírez y González: Pero señor... Ávila: Ya me oyeron señores, recuerden que están castigados. González miró a Ramírez. El soldado no tuvo de otra que acercarse a su compañero y poner sus manos en su cintura, tomando el borde de los pantaloncillos. Lo volvió a mirar dejándole saber que ya los iba a bajar. Ramírez llevó entonces sus manos a su bulto por debajo de los pantaloncillos y abrió un poco las piernas. Lentamente, por la humedad de la prenda, González fue deslizando los pantaloncillos por las piernas de su compañero. Las manos de Ramírez cubrían su pene y sus testículos, pero se podía ver perfectamente cómo sus vellos aumentaban en número alrededor de su oculta verga. Se notaba cómo los largos días de entreno al sol le habían bronceado su piel dejando una franja blanca justo debajo de los pantaloncillos. Ramírez levantó sus piernas para ayudar a González en la tarea de desnudarlo. Una vez hubo terminado, González tomó la prenda y retrocedió hasta quedar al lado del teniente. 

Ávila: Ramírez, ¿usted acaso piensa que no sabemos qué es lo que cubre con las manos? Ramírez: No señor, es solo que... Ávila: Levante las manos Ramírez, como si estuviera detenido. Lentamente, descubrió su pene y con un gesto de resignación puso sus manos en alto. Ávila: ¿Qué opina ahora, González? ¿Qué tal le parece el cuerpo de su amigo?... El soldado permanecía en silencio. Ávila: González le estoy hablando. González: Es un cuerpo trabajado señor – respondió el soldado con resignación. Ávila: ¡Es un muy buen cuerpo, Ramírez! Se ve que usted es un buen atleta. Ramírez: Gracias señor – murmuró el joven solo para dar un respuesta.

Ávila no podía contener la excitación de ver a Ramírez desnudo aunque no lo exteriorizara. Su perfecto cuerpo era opacado por su apetitosa verga. El tamaño ideal, levemente crecido por la presión de la sangre que había aumentado con el ejercicio. La cantidad de pelos perfecta. Las bolas del soldado colgaban a no mucha altura y el conjunto en general estaba excitando al teniente. Ávila: Vaya dúchese Ramírez. Y mientras Ramírez caminaba a las duchas, Ávila pudo ver por fin su blanco culo moverse rítmicamente con sus pasos y sus piernas. Cada vez que apoyaba un pie, el glúteo correspondiente se marcaba. Cuánto desearía Ávila poder poner sus manos en esas jugosas nalgas, poder meter su verga por el culo de su subalterno. 
Ramírez era un adonis. Ávila: González, busque una toalla para su amigo, y vuelve. González: Sí señor. Ávila se paró entonces bajo el marco que comunicaba los lockers con las duchas.

Ramírez que ya estaba bajo el agua de la ducha, se percató de que el teniente lo estaba observando de nuevo. Le dio la espalda y siguió duchándose tratando de ignorar la situación. González: Aquí está la toalla señor. Ávila: Gracias González, párese aquí conmigo. ¿Dónde están los pantaloncillos de Ramírez? González: Aquí los tengo señor y su ropa está en las bancas. Ávila: Páseme los pantaloncillos. González le entregó la húmeda prenda a su superior. Ávila: ¿Me decía que conoce muy bien a su amigo? González: Sí señor, hace 4 años. Ávila: ¿Se había fijado que es un hombre con un físico atractivo? González: Sí señor, siempre le ha ido bien con las mujeres. Ávila: Bastante atractivo... Pasaron unos segundos mientras Ávila veía a Ramírez ducharse. El soldado no quería moverse de la ducha hasta que el teniente se quitara de la puerta.

A continuación, Ávila hizo algo que solo González pudo ver y lo dejó bastante sorprendido: Ávila tomó los pantaloncillos húmedos de Ramírez y los abrió frente a sí. Ubicó entonces la zona que daba justo contra su pene y los observó por un buen rato... Ávila: Acérquese González, huela esto. Ávila le mostró los pantaloncillos de Ramírez. González: No señor, yo prefiero no oler. Ávila: Huélalos González, conozca mejor a su amigo, conozca su esencia. González: Señor... Ávila: Hágalo González, esto queda entre nosotros. González: Señor... Ávila: González, no estoy bromeando... Resignado, González tomó los pantaloncillos de Ramírez y los llevó a su cara. Ávila: Aspire González. González: Sí señor. El joven soldado aspiró el aroma de sudor de su amigo. Por un momento recibió la esencia de lo que son las partes intimas del sexy soldado. Aspiró, contuvo un poco la respiración y exhaló. Ávila: ¿Sí ve González?, hay muchas formas de conocer a las personas, si usted creyó que conocía muy bien a su amigo, déjeme decirle que está equivocado. González estaba aún más confundido. Ávila: ¡Ramírez, ¿hasta qué horas tendremos que esperarlo?! Ramírez: Ya salgo señor. Ávila: A ver Ramírez, me tocará enseñarle a ducharse, voltéese de frente. Ramírez: Sí señor – Ramírez se volteó, resignado a mostrar de nuevo su pene. Ávila: Enjabónese bien su pecho Ramírez, ¿no recuerda todo lo que sudó? Ramírez: Sí señor. Ávila: Eso me gusta, que ya no tenga vergüenza en mostrarse desnudo, a ver, no me diga que cuando se ducha no se enjabona las guevas. ¡Hágalo! Ramírez: Sí señor. Ávila: Pero enjabónese bien Ramírez, quiero ver que se haga un buen masaje en la verga y en las guevas, González me dice que usted sudó mucho en sus pantaloncillos. El joven soldado se enjabonaba sus partes íntimas mientras el teniente lo observaba atentamente. 
Ávila disfrutaba del show que le estaba dando Ramírez. González trataba de mirar para otro lado, aunque a veces la curiosidad le hacía volver a mirar a su compañero. Ávila: Voltéese de espaldas Ramírez, enjuáguese un poco la cabeza. Ramírez: Sí señor. Ávila: Ramírez, quédese de espaldas, ahora González y yo queremos que se enjabone los pies... ¿Me oyó Ramírez? Pero no vaya a doblar sus piernas que se puede "lesionar" después del ejercicio, inclínese y estire sus brazos mejor. González: Sí señor.

Resignado, el joven soldado inclinó su dorso hacia adelante y estiró sus brazos, entendía perfectamente qué quería Ávila, también lo entendía González. Ambos empezaron a preguntarse si Ávila tenía algún gusto por los hombres o si solamente los quería humillar como castigo. El tierno y blanco culo de Ramírez quedó expuesto a sus dos espectadores, Ávila estaba disfrutando aquella visión, González seguía mirando de reojo solamente.

Ávila: González, ¿está viendo a su compañero? González: No señor. Ávila: Pues mírelo González, sin pena, mírelo bien, ¿no le parece bastante sugestiva esa pose? ¿No le parece que si alguien quisiera podría disfrutar mucho del culo bien formado de su amigo? Mírelo bien González. González: Sí señor. Ávila: No se levante Ramírez, quiero seguir viéndolo así. Ramírez: Sí señor.

La escena no podría ser más erótica. La parte trasera de las piernas de Ramírez se marcaba por la tensión de estar estriadas. Sus músculos se delineaban y parecían dos fuertes columnas que sostenían su firme y apetitoso culo. 
Ávila empezó a sentir cómo su pene crecía ante aquella imagen. Después de unos segundos... Ávila: Está bien Ramírez, termine ya de ducharse. El joven soldado se incorporó nuevamente, se enjuagó el jabón de su cuerpo, cerró la llave del agua y caminó hacia González estirando la mano para que éste le entregara la toalla.
Ávila: Creo que no me han entendido cómo son las cosas hoy. González, usted tiene que ayudar a su amigo a secarse. González: Sí señor. Los dos soldados no se opusieron, era inútil contradecir a Ávila. González empezó por secar el pelo de su amigo, pasando rápidamente por los hombros y los brazos. Después secó un poco de su abdomen y se agachó para pasar la toalla rápidamente por sus piernas. Ávila: ¿Y usted cree que ya quedó seco su compañero?, séquelo bien González y no se olvide de las partes que él más se enjabonó. Nuevamente Gonzáles recorrió el cuerpo de su amigo incluyendo, esta vez, un leve secado de sus glúteos. Ávila: González, no tengo mucha paciencia, le indicaré bien por última vez. Arrodíllese. Tome la toalla y empiece a secar el culo de su amigo – González empezó a seguir las instrucciones de Ávila - Eso, muy bien... más, quiero que quede rojo de tanto frotarlo con la toalla. González seguía sobando los glúteos de Ramírez con la toalla. Ávila: Separe las nalgas de su amigo González, también debe tener agua entre ellas. El joven soldado empezó a meter una de sus manos, envuelta con la toalla, entre las duras nalgas de su amigo. Sentía lo fuerte y apretado que era el culo del soldado, por un momento pensó que lo que dijo Ávila era cierto: alguien podría disfrutar mucho del culo de su amigo.

Ávila: Muy bien González, suficiente en la parte de atrás. Ramírez, voltéese que González le va a secar la verga y las guevas... González envolvió nuevamente sus manos con la toalla y, con un poco de timidez, empezó a trabajar en la verga de su compañero. Levantó su mirada buscando los ojos de Ramírez pero más pudo la vergüenza de los dos jóvenes que inmediatamente los hizo evitar sus miradas. Ávila: Muy bien, veo que entendió... No creo que a su amigo, que está tan cansado, le moleste que alguien le ayude a secarse, ¿o no, Ramírez? Ramírez: No... No señor. Ávila: Eso es, González, seque bien las guevas de Ramírez, muy bien. Termine con los pelos de la verga de su amigo, González, y baje por las piernas, ya es suficiente. El joven soldado terminó de "secar" a su amigo y se puso de pie.

González: ¿Ya terminamos por hoy señor? Ávila: No, no hemos terminado. Ramírez no se vista, si quiere cúbrase con la toalla. González, traiga las cosas de Ramírez y síganme al depósito de materiales. Quiero escuchar la versión de ustedes sobre la falta disciplinaria que cometieron hoy.

Continuará...

Esteban


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